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Un reto para todas las horas: «descubrir y pronunciar tu palabra para el mundo»

Acto de graduación de la Facultad de Comunicación curso 2016-2017 | Autor: UFV
Acto de graduación de la Facultad de Comunicación curso 2016-2017 | Autor: UFV
Álvaro Abellán  |  Vicedecano de innovación docente y profesor UFV

Era la primera vez que las cinco carreras de la Facultad de Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria celebraban en común el acto de graduación de sus alumnos. Me vi obligado a preparar una lección magistral que llegara al núcleo común de los cinco grados y, al final, me salió un discurso que toca el núcleo mismo de nuestra condición humana. Prometí a quienes me lo pidieron que encontrarían el discurso en el blog. Creo, no obstante, que si sacaste provecho de otras entradas que has encontrado por aquí, también puede interesarte esta. Te dejo con mis palabras.

...

Viernes, 2 de junio de 2017, 11:30h. 

Con la venia.
Excelentísimo señor rector magnífico, 
reverendo padre, 
autoridades académicas, 
padrino, o archipadrino de CINCO grados diferentes y UNA sola facultad,
colegas del claustro de profesores,
mentores,
personal de administración y servicios,
padres y familiares,
queridos alumnos:

«Tu vida, la mía, la de cada cual, nos es dada, pero no nos es dada hecha; la vida, todos lo hemos notado, da mucho que hacer. Con la vida, lo que nos es dado es un quehacer. Y, ¿Qué hacer con tu vida? ¿Qué hacer de tu vida?».

Son palabras, algo parafraseadas, de José Ortega y Gasset, tomadas de su obra póstuma El hombre y la gente, su particular tratado de filosofía social. Me parecía oportuno que en vuestra última lección recordáramos al filósofo que hace ya cuatro años os inició en esta aventura de tomaros en serio la Misión de la universidad. 

«¿Qué hacer con tu vida?». Esta pregunta quizá te asaltó con especial dramatismo cuando culminaste Bachillerato. De pronto, se abrió ante ti un abanico de posibilidades que te exigieron un ejercicio de libertad y compromiso, de definición de tu propia vida, como rara vez ocurriera antes. Hoy celebramos simbólicamente el cumplimiento de la decisión que tomaste entonces. Una aventura que a ritmo de semestres y prácticas, navidades y veranos ha dado una forma precisa y definida a tus últimos años. Bien, muy pronto habrás hecho de ti un graduado. Después, ¿Qué hacer de tu vida? 

Esa es la pregunta más difícil, la prueba más importante: el examen de la vida. Además, no basta, ni siquiera para lograr un tímido aprobado, escribir la respuesta en un papel y olvidarte de la materia hasta mejor ocasión. En la vida podrás escaparte de casi cualquier situación, pero no podrás escaparte de tener que elegir. Y elegir es, además, inevitablemente, ir dándole una forma definitiva a tu vida. 

Sería pretencioso por mi parte responder por ti a esa pregunta. Lo que sí puedo hacer es recordarte el método adecuado para encontrar tu respuesta. En realidad, ya lo conoces. Lo has practicado, al menos, desde que tienes memoria de ti mismo. En la universidad, espero, sólo has aprendido a depurarlo, a practicarlo de forma más consciente, crítica y creativa. El método del que hablo es, por supuesto, el diálogo. Ahora habla otro filósofo español también conocido por vosotros, Alfonso López Quintás: «Vivir en diálogo significa ajustarse plenamente a la condición humana». 

Por lo visto, López Quintás sí sabe qué hacer con la vida: dialogar. Para él, vivir humanamente consiste en dialogar con la propia vida y con todas las realidades que en ella nos salen al encuentro: el mundo y los hombres; y por medio de ellos, el mismo Dios, o aquello que en nuestra vida ejerza esa función de dar sentido último a todo lo que hacemos. 

La vida entera nos habla, nos interpela, y a nosotros lo que nos toca, sencillamente, es responder con un quehacer. Esa respuesta puede ser de primeras más o menos caprichosa, pero en última instancia no debe serlo, porque cada respuesta tiene para nuestra vida tres resultados importantes:

  1. Nuestras respuestas van llenando de contenido nuestra vida.
  2. No podemos responder a todo, de forma que aquello a lo que respondemos imprime una orientación o sentido a nuestra vida que conlleva renunciar a otros.
  3. Cada respuesta, cuando es sostenida con fidelidad, nos vincula íntima y creativamente a una serie de personas, actividades, lugares y valores en torno a los que conquistamos cierta unidad de vida.

Si esto es así, y nuestro quehacer en la vida consiste en dialogar con la realidad, resulta que la Facultad de Comunicación no es una facultad cualquiera, sino aquella cuya especialidad es, nada más y nada menos, que practicar el método por el que los seres humanos alcanzamos plenamente nuestra condición. Así, los cinco grados que hoy están aquí representados son cinco modos diversos, cinco profesiones distintas cuya singularidad conviene respetar, pero que tienen también una orientación similar: hacer de nuestro mundo un lugar de encuentro y diálogo entre los hombres, facilitando que cada cual pueda allí descubrir y cumplir su vocación. 

En esta minilección magistral, que no sobrepasará los 15’, vamos a practicar justo ese diálogo con la vida, a partir de las palabras de Ortega. Empezamos.

1. Lo primero es escuchar

Venimos al mundo sin que nadie nos pidiera permiso y para cuando somos conscientes de nosotros mismos ya nos han sido impuestas, con la vida, innumerables cosas. Una familia, un lugar, un hogar, una lengua materna, una cultura, un tiempo histórico y hasta un sistema educativo obligatorio. Habla ahora el maestro medieval Bernardo de Chartres: «somos enanos encaramados a hombres de gigantes y vemos más y más lejos que ellos no porque nuestra vista sea más aguda, sino porque ellos nos elevan con toda su altura gigantesca».

Desde que nacimos hasta poco antes de empezar la carrera, lo que hemos hecho en nuestra vida ha sido escuchar. A veces, escuchar y callar. Y estuvo bien que así fuera, porque cuando nacimos estaba el mundo ya en marcha y, para enterarnos un poco de qué va el juego, tuvimos que aprender muchas cosas de nuestros mayores.

Nuestra vida y buena parte de su contenido nos han sido dados, y mientras decidimos seguir viviendo estamos, al menos implícitamente, reconociendo que la vida es un don, un regalo para nosotros. Escuchar, por lo tanto, no es sólo una técnica para una comunicación efectiva; no sólo es necesario para aprobar un examen; no sólo es imprescindible para averiguar qué hacer con nuestra vida. Escuchar es también la primera forma de disfrutar, amar y agradecer lo que nos ha sido dado.

2. «Empalabrar» el mundo

Cuenta el relato del Génesis que Dios habló y creó el mundo. Que creó al hombre llamándole por su nombre. Y que reunió a los animales del campo y las aves del cielo y «los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba y para que cada ser viviente tuviera el nombre que el hombre le diera» (Gn, 2, 19). Preguntad, queridos alumnos, a vuestros padres, o a quienes han tenido el honor de ejercer como tales, si no recibisteis el mismo encargo que Adán. Si poco después de nacer no sentisteis el impulso interior de nombrar cada cosa, de señalar con la mirada o el índice cada realidad hasta que os fuera revelado su secreto.

Nos cuesta hacernos cargo del don que fue la palabra para nosotros, porque lo recibimos antes incluso de ser conscientes de nosotros mismos. Pero no a todos nos ha ocurrido así. Escuchemos el testimonio de Helen Keller. Helen nació en Alabama, en 1880. A los 19 meses de vida quedó sorda y ciega y, por lo tanto, muda; no logró desarrollar el don de la palabra. A los cinco años casi todo el que la conocía veía en ella poco más que un animal salvaje enjaulado, una causa perdida. Sus padres, sin embargo, no desistieron. Después de mucho investigar, dieron con Alexander Graham Bell (sí, el inventor del teléfono). Bell encontró una institutriz perfecta para Helen: la señorita Anne Sullivan llegó a la vida de Helen cuando esta tenía ya siete años.

Sullivan deletreaba palabras con su dedo en la mano de Helen, aunque ésta aún no sabía qué era eso de «una palabra». Un día, Helen se encolerizó porque no acertaba a deletrear lo que Sullivan escribía en su mano, y estampó una muñeca contra el suelo, haciéndola añicos. «Yo no había querido a la muñeca –relata Helen-. En el mundo del silencio y de tinieblas en que vivía, no existía la ternura, ni ningún sentimiento definido».

Sullivan se llevó a Helen a la calle. Alguien sacaba agua de un pozo y la maestra le colocó una mano bajo el chorro. Cogió su otra mano y sobre ella deletreó a-g-u-a. W-a-t-e-r, en realidad. Varias veces. Lentamente. Helen se concentró en el movimiento de los dedos de su maestra:

«Súbitamente –escribe Keller- me vino un confuso recuerdo, de cosa olvidada hacía mucho tiempo; de golpe, el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe ya que agua era aquella frescura maravillosa que me bañaba la mano. Esta palabra cobró vida, hacía la luz en mi espíritu, y lo liberaba, llenándolo de júbilo y de esperanza. […] Todo objeto tenía un nombre, y todo nombre evocaba un nuevo pensamiento. Todo cuanto tocaba en el camino de vuelta a casa me parecía que palpitaba y tenía vida propia […] Al entrar en casa me vino a la mente la muñeca rota, fui a tientas a recoger los fragmentos y traté en vano de volverlos a unir. Se me llenaron de lágrimas los ojos, porque comprendí lo que había hecho y, por primera vez en mi vida, conocí el pesar y el arrepentimiento».

La palabra dio a Helen conocimiento, liberación, alegría, hizo de la realidad algo palpitante y vivo, dio sentido a su pasado y a su futuro y despertó en ella sentimientos morales, como la culpa, el arrepentimiento y la esperanza. La palabra hizo con Helen lo mismo que con nosotros: darnos el poder de invocar y hacer presentes realidades físicamente ausentes e incluso realidades espirituales; ayudarnos a descubrir el sentido de cada cosa; hacer habitable el mundo; domesticarnos e integrarnos el común mundo humano. Gracias a vuestros padres, y a muchos otros con ellos, habéis aprendido a «empalabrar» el mundo. ¡Qué hermoso regalo!

Seguramente es la palabra de otros, la palabra que es su obra y tal vez su vida, la que despertó en vosotros el impulso por cursar los estudios que pronto culminaréis. 

La palabra del periodista, cuyas indagaciones dan forma al mundo tal y como nos es presentado a los ciudadanos. La palabra del comunicador audiovisual, creador de médicos ficticios que nos curan de patologías reales; constructor de otros mundos posibles que nos explican el mundo real. La palabra del publicitario, que no sólo avala productos, servicios y marcas sino que nos invita a imaginar el mañana. Habla ahora Eduardo Chillida: «La tarde avanza lentamente y yo, mirando, quiero ver». La palabra del artista, cuya obra nos enseña a reconocer que eso no es un sombrero, sino una boa que se ha comido a un elefante. La palabra del diseñador, ese arquitecto del objeto que mejora y embellece nuestro mundo cotidiano.

En esta universidad habéis aprendido esto y más de cada una de las profesiones que habéis escogido. Ahora bien, las profesiones que habéis escogido son sólo cauces, formas ya hechas, cascarones vacíos que cada cuál ha de customizar, adaptar a su propia vida.

3. Discernir

La realidad que nos es dada con la vida nos ha situado en la tesitura de descubrir que esa misma realidad permanece inconclusa. Inacabada. Imperfecta. Y lo primero inconcluso, inacabado e imperfecto es nuestra propia vida.

Discernir significa, primero, juzgar todo lo que aparece en nuestra vida, una vez lo hemos sabido escuchar bien. El criterio de juicio –enseña Luigi Giussani– son las exigencias y anhelos últimos e irrenunciables de nuestro corazón. Anhelo de verdad, de bien, de belleza, de unidad.

Pide la palabra Gregorio Marañón: «El modo más humano de la virtud juvenil es la rebeldía: esto es, la generosa inadaptación a todo lo imperfecto de la vida». ¿Encontráis en vuestra vida algo imperfecto, mejorable, inacabado que queráis mejorar o completar generosamente? ¿Falta verdad, bien, belleza o unidad en vuestra vida y estáis dispuestos a suplir esa carencia? Si es así, la vida os está llamando.

Ortega nos recuerda ahora su frase más conocida, aunque suele citarse incompleta: «Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella, no me salvo yo». ¿Hay algo en vuestra circunstancia que exige ser salvado? ¿Hay algo en vuestra vida que tiene necesidad de salvación? Si es así, la vida os está llamando.

Y no tengáis miedo a esa llamada, por dura y difícil que parezca la respuesta. «Tal vez los dragones no son sino princesas que esperan vernos, una sola vez, hermosos y valientes», nos diría Rainer María Rilke.

Después de juzgar la realidad que nos es dada sin renunciar a las exigencias últimas de nuestro corazón, el discernimiento concluye, ahora ya sí, con la elección de una respuesta.

4. Responder

Si en la vida que nos es dada encontramos una llamada, la respuesta que damos a la vida es un quehacer, un desvivirnos, un entregar nuestra vida a ese proyecto insobornable que radica en los sótanos de nuestra alma. La vida es primero don; y luego, tarea o quehacer. Si la escucha es la primera forma de amor, desvivirnos en la respuesta es su culminación. A esa síntesis de don y tarea, de escucha y respuesta, llamamos vocación.

Hace cuatro años, cada uno de vosotros a quien tuve el honor de dar clase, recibió de mí un encargo: «Descubrir y pronunciar tu palabra para el mundo». Entones proyecté, para vergüenza de algunos, risas de otros y sorpresa de todos, algunos de los tuits que escribías inocentemente por entonces. Así traté de mostraros que algunos de vuestros gestos más inocentes son «palabra» para otros, y que muchas veces lo que decimos dice más de nosotros que del tema que tratamos. La palabra que somos para el mundo no son sólo nuestras palabras y nuestras obras, somos nosotros.

5. Autoexamen

Prometo no proyectar hoy aquellos tuits, que sin embargo conservo. A muchos os propuse también crear un blog como un lugar, un campo de juego, en el que ensayar vuestra palabra para el mundo. Al poner por escrito y compartir con otros vuestros sueños, pretensiones, anhelos… pudisteis confirmar lo cerca o lejos que estabais de ser quienes queríais ser; o lo cerca y lo lejos que estabais de tener clara vuestra respuesta a la pregunta: ¿qué hacer de mi vida? De esa forma practicasteis el quinto y último paso de este itinerario, que los antiguos llamaban autoexamen y que nos permite mirarnos como en un espejo, sólo que esta vez en lugar de arreglarnos el pelo, buscamos sanar nuestra alma.

Conclusión

En síntesis: escuchar (y observar, contemplar, investigar), empalabrar el mundo (encontrar su contenido y su sentido), discernir conforme a los anhelos del corazón, responder con nuestra palabra y nuestra obra y examinar nuestros resultados, son los cinco pasos del método y camino natural y plenamente humano de cada una de vuestras profesiones. Es también el método de cualquier vida. La diferencia es que vosotros sois profesionales del método y por lo tanto, vuestro camino no es sólo personal, sino servicio al bien común.

El conjunto de nuestra sociedad busca contenido, orientación y sentido y vincularse íntimamente con realidades valiosas que le de cierta unidad de vida y que permitan a cada cuál descubrir y realizar su propia vocación.

Concluyo esta lección renovando para cada uno de vosotros el reto que a muchos ya os propuse: «Descubrir y pronunciar tu palabra para el mundo».

Y hoy, como ayer y  mañana, tened por seguro que en vuestra universidad, ya vuestra alma mater, permanecemos atentos, en amorosa y agradecida escucha, con ganas de descubrir cuál va ser, a lo largo de los próximos años, vuestra palabra para el mundo.

Muchas gracias.

Artículo publicado en www.dilogical creativity.es y reproducido en Corresponsales de Paz por gentileza del autor. 

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